viernes, 18 de septiembre de 2015

Hospitales, urgencias y triages

Hoy vengo a hacer una pequeña reflexión sobre como funcionan las cosas hoy en urgencias, y en el país en general.

Sabéis que no suelo publicar muchos detalles personales en el blog, pero pienso que también es importante hacerlo de vez en cuando, ya que esto es mi ventana al mundo y donde puedo expresarme libremente.

Iré directa al grano:

Sufro de migrañas.

Como la mayoría, pensaréis; ¿Quien no ha sufrido alguna vez una migraña? Pero no, no soy una de esas personas que tienen un dolor de cabeza fuerte un par de veces al año. No, no tengo poca tolerancia al dolor. No, tampoco me he autodiagnosticado el "tengo migrañas".

Sufro de migrañas. De las de verdad.

Estoy periódicamente controlada por un neurólogo desde hace cuatro años. Tengo una medicación especifica asignada para la migraña. De esas medicaciones que solo venden con receta médica, que te cuesta 22 euros la caja aún entrando por la seguridad social (que por cierto, consta de un número ridículo de pastillas) y que debo llevar siempre encima, por si me entra una migraña no tener que irme directa a casa mientras voy perdiendo el mundo de vista poco a poco.

Os estaréis preguntando porque os estoy contando esto. Se que no pega para nada ni con la temática del blog, ni con mi habitual forma de expresarme, pero tened paciencia.

Ahora os contaré como es una de mis migrañas, y sus fases:

FASE 1: Dolor pulsante de cabeza, en la zona frontal, encima del ojo derecho. Sensación de mareo ligero.
FASE 2: Extensión de ese dolor pulsante al resto del lado derecho de la cabeza. Sensación de mareo más aguda. Posibilidad de vómitos.
FASE 3: El dolor de cabeza se extiende por toda la frente, el lado derecho y por la zona de detrás de los ojos. Mareo. Pesadez en los parpados. Fotosensibilidad aguda. Hiperacusia aguda (esto es hipersensibilidad al ruido). Posibilidad de vómitos.
FASE 4: El dolor de cabeza es permanente y ya no se distingue ninguna zona concreta de afección máxima. Todos los síntomas expuestos en la fase 3, a los que se suman temblores más o menos pronunciados en las extremidades, que aumentan progresivamente, dificultad para el habla (voz baja, arrastrar las palabras, boca seca). Imposibilidad para dormir debido al dolor agudo.
FASE 5: Inutilidad total. Todo lo expuesto en la fase 4, añadiendo posible visión distorsionada (borrosa, ver doble, no ver de lejos) y mareo extremo (sensación de que el mundo gira cuando estas tumbado quieto, por ejemplo).

El caso es que la pastilla que antes os mencionaba, me la tengo que tomar una vez estoy en la fase 1, como mucho en la fase 2. Muchas veces llego a la fase 3 antes de que la pastilla haga efecto y remita la migraña. A veces simplemente la pastilla no hace efecto, y debo tomarme otra a las dos horas si la migraña no ha remitido o ha ido a más. Algunas veces ni por esas funciona la cosa y la migraña sigue su curso hasta la fase 4 y posteriores. Otras veces simplemente vomito poco después de tomarme la pastilla y esta no llega a hacer ningún efecto.

En estos casos, tengo que ir al hospital, a urgencias, a que me pinchen la medicación, ya que en los centro de atención primaria, por desgracia, o no pueden administrármela, o me recetan un helocatil y me dicen de pedir hora al día siguiente con mi medico de cabecera (os juro que esto me ha pasado ni una, ni dos, sino tres veces) o directamente están cerrados.

Y todo este rollo os lo cuento porque de esto vengo a hablaros hoy, de los triages de los hospitales.

Como habéis leído antes, en el momento en el que yo llego a urgencias, estoy en la fase 3 de la migraña. Entonces me dan un papel y me mandan a la sala de espera.

Aquí es donde empieza la agonía. Los hospitales no están echos para las personas con migraña, mucho menos las salas de espera. La de mi hospital de referencia, por poner un ejemplo, es una sala enorme, al lado de dónde aparcan las ambulancias (figuraros el ruido), una iluminaria que ni en el mejor de los días de agosto, a las dos del mediodía en una playa del sur se llega a tener. Con maquinas expendedoras que hacen un ruido atronador y pitan sin motivo alguno. Por no hablar de los indicadores, únicamente acústicos y a todo volumen, que hay en esa sala ("Sergio Fernandez, consulta 5, Sergio Fernandez, consulta 5", porque no tienen bastante con una vez, que deben repetirlo). Y la gente, los otros pacientes, que siempre hay el que no puede evitar hablar por el móvil a todo volumen, o gritarle a un niño, o simplemente, ponerse a charlar como si eso fuera un parque.

Pero pensaréis, "Una persona en tu estado, la atienden rápido en un triage". Eso no es cierto. Resulta que la migraña no es una enfermedad que se considere preferente en urgencias. Ningún tipo de migraña. Y quiero resaltar esto, porque con otras enfermedades si que se hacen distinciones según el grado. El dolor no importa, siempre que este no te mate, esa es la consigna.

El tratamiento que me hacen a mi cuando me atienden (pincharme la medicación) se hace, literalmente, en diez minutos: me miden el azúcar, la presión, la coordinación y finalmente me inyectan la medicación. Y para casa.

Esa es la teoría. A la práctica me dejan en la sala de espera, tumbada en tres sillas de plástico o directamente en el suelo, porque sentada me mareo más. Y a esperar. Podéis imaginaros que la migraña no se para solo por el echo de cruzar las puertas del hospital, sino que necesita de la medicación, y tiene una evolución muy rápida (en un plazo de dos horas puedes pasar de estar bien a la fase 5, si no tomas ninguna medicación).

Mientras tanto, en esa sala, veo pasar por delante mio a gente que trae a niños con un resfriado, a los que se han levantado con dolor de pie y a los que han pillado una conjuntivitis. ¿Porque? Bien, porque se quejan más que yo. Esa es la triste realidad. Se quejan más, y por cansinos les pasan antes por el triage. Se quejan a voz de grito, eso si, de que llevan muchas horas esperándose, mientras yo, que he llegado antes que ellos, me quedo callada.

Van pasando los minutos. Y los minutos se convierten en horas. Yo entro en la fase 4 de la migraña, pero el padre del niño con un resfriado se ha quejado tanto de que el niño esta a 38'5º de fiebre que a pesar de llevar ahí solo 20 minutos, lo pasan antes. Mi padre le pide amablemente a la enfermera una bolsa por si vomito.

Pasan dos horas... Y yo ya no soy ni capaz de levantarme, pero el señor con la conjuntivitis ha perdido toda la educación con la señora enfermera de la recepción, y lo acaban de hacer pasar. Mi padre avisa a la enfermera de que estoy muy muy mareada y que le he dicho que empiezo a ver doble.

Pasan tres horas... Y yo ya estoy en la fase 5, pero el chaval del pie empieza a alegar que le duele tanto tanto que no puede más, y también entra antes que yo. Todos los que he mencionado antes han salido tan campantes de la consulta, como si solo con ir ahí se les hubieran pasado todos los males. El chaval del pie sale sin siquiera llevarlo vendado. Mi padre avisa a la enfermera que mis temblores ya han dejado de ser temblores, que más bien parecen convulsiones. Ni siquiera se molestan en venir a mirar como estoy.

Pasan 4 horas. 4 horas de intensa agonía. Agonía de verdad. Soy incapaz casi ni de abrir los ojos, apenas puedo hablar. Me duele tanto la cabeza que ni siquiera se que me duele exactamente. Mi padre no puede más y pierde toda educación con las enfermeras. A mi eso me lo cuentan luego, yo solo oigo gritos de fondo.

Y llega el milagro. Después de que mi padre perdiera la educación, entonces si que me llaman a consulta. Tardo cinco minutos de reloj en avanzar los diez metros que me separan de la puerta. Nada más verme entrar, el medico me hace pasar a una sala interior con camillas y semioscuridad, preguntándole a mi padre que como me han dejado llegar a este estado antes de traerme al hospital, mientras que mi padre le responde de malos modos que llevamos más de 4 horas esperando. Me hacen las pruebas pertinentes, me preguntan cosas que responde mi padre porque yo ya no estoy receptiva. Me pinchan (o me sedan, que se yo, solo se que me quedo frita casi al instante) y me dejan ingresada todo lo que queda de noche. Los siguientes dos días me los paso en cama, en casa, todavía con replicas de dicha migraña.

Eso es lo que me pasó el ultimo día que fui a urgencias. Me da miedo tener que volver.

Porque el problema seguirá ahí. En los múltiples triages que he vivido con las migrañas, la división que hacen es la siguiente: los que se están muriendo, y los que no. Y de este ultimo grupo, cuanto más chillas, mas te quejas y más borde eres, antes de atienden.

De eso van hoy los tiages, y los he vivido no solo en Barcelona, sino también a lo largo y ancho de la península en los periodos de vacaciones. Este solo es un ejemplo del tipo de educación que tenemos en este país, y el modo de funcionar.

Grita y se un capullo, que las cosas así llegan antes y mejor, sin importar el como o a quien pises para conseguir lo que quieres.

Si esa es la metodología, como bien decía una amiga mía, es "adaptarse o morir".

Yo ya he aprendido la lección. Mi padre también. En la próxima migraña, que pasará tarde o temprano, mi padre será uno de esos padres imbéciles de los que les grita a las enfermeras a los veinte minutos de estar en la sala de espera. Nadie se merece cuatro horas y media de agonía por el simple echo de tener (y mostrar) un poco de educación, así que, con todo mi pesar, vamos a dejar de tenerla.

Perdón por adelantado.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Los días cualquiera

Hay un día que todo cambia.

La vida da un vuelco porque si, sin que lo planees ni lo esperes. Sales de casa para ir a trabajar, como un día cualquiera, y pasan las cosas que suelen pasar en un día cualquiera: los niños te intentan torear a la mínima, gritas, sueñas con niños que no parezcan salvajes, cantas, juegas, escuchas ocurrencias de lo más originales y te ríes muchísimo.

Suena la campana de las cinco, una compañera te hace el favor de prestarte ropa para parecer decente y sin olores sospechosos después de que un niño explosionara por la boca encima tuyo. Pretendes irte directamente a casa pero te acaban convenciendo para que tu y tu ropa prestada vayáis un rato a tomar algo al centro. 

Vas cargando tu bolso viejo y calzando unas Vans desgastadas, sin ganas de nada, y ¡sorpresa! Ese día todo cambia.

Alguien, aunque tu no lo sepas aún, llega para quedarse. 

Tu simple y básica aunque muy pensada planificación de los años venideros se va al traste y acabas viviendo con un pie aquí y otro allí, reflexionando sobre qué tachar de esos planes y qué tratar de tirar para adelante. 

Pero poco a poco te das cuenta de que no hace falta. Ese alguien llega para quedarse, pero por suerte, lo hace para estar a tu lado, no para ponerse delante. 

Ese mismo alguien sigue ahí, después de tanto tiempo de planes fallidos, errores y aciertos, despidos y trabajos nuevos que te permiten, con un poco de suerte, llegar a casa con (más o menos) la misma ropa con la que saliste. De todos modos, cuando sales echa un trapo también te dice lo guapa que estas hoy. Te aguanta en tus buenos momentos y en los que el nivel de cabreo roza lo inaguantable. Le cae bien a todos tus amigos, a la familia, incluso a la perra (que ya es difícil).

Te sonríe cuando le cuentas tus más descabellados sueños y planes futuros, ampliamente conocidos ya que estos estaban antes de que llegara ese día cualquiera y lo cambiara todo. 

O quizá no cambió nada, más que en esos sueños y planes que antes tenía en solitario, ahora también está incluido, pese a que mañana, otro día cualquiera más, ya estará oficialmente más cerca de los treinta que de los veinte.

Felicidades.


PD: La próxima vez, nos quedaremos un poco más a ras de suelo, lo prometo.